Cuenta la historia que una noche se supo en un monasterio Buda que el mismo sería pronto saqueado. Como buenos hombres religiosos y devotos a la búsqueda de la paz interna, la confrontación era lo último que deseaban. Sin embargo, por amor a su cultura sabían que había cosas que debían defender y preservar de este infame ataque.
El monje más antiguo reunió un pequeño grupo de estudiantes y les encomendó la tarea de llevarse y proteger el enorme Buda de barro que había sido símbolo del monasterio por cientos de años. Así pues hicieron, y mientras la luna aún brillaba en el cielo y las estrellas iluminan el camino, los estudiantes huyeron con la pesada estatua.
Las horas pasaban y los pasos fueron bajando su ritmo a medida que las aves comenzaban su canto matutino. Exhaustos por la huida los estudiantes decidieron tomar un descanso pensando que ya a esa distancia habían logrado su objetivo de escapar de los ladrones.
Mientras la mayoría de ellos agotados descansaban apoyados de cuanta roca o árbol encontraban, uno de ellos decidió inspeccionar su alabado Buda para asegurarse de que a pesar de las turbulencias del viaje aún seguía intacto.
Para su sorpresa, divisó una pequeña rasgadura en la estatua. Mínima como el rasguño de una espina de flor era lejos de ser imperceptible ya que dejaba mostrar un color brillante que contrastaba con el barro marrón, oscuro y envejecido que caracterizaba aquella estatua.
Intrigado, comenzó a inspeccionar aquella “herida” sobre el Buda. Y, como un niño que ve por primera vez un cachorro, no pudo evitar tocar aquella parte del buda a lo que inmediatamente cayó un pedazo de la estatua revelando aún más brillo de aquel rasguño que captara su atención. Se dio cuenta que con sus uñas podría terminar de ampliar este rasguño y encontrar lo que esas capas de barro escondían.
Así lo hizo, y mientras sus compañeros dormían y descansaban, paso horas despedazando el barro de su estatua y a medida que lo hacía se dio cuenta que lo que siempre habían alabado, aquel buda de barro, no era más que una ilusión, no era más que una pantalla que escondía el verdadero valor. Era un buda de oro sólido, cubierto de barro en épocas milenarias para esconderlo de los ladrones.
Como este buda, lo que ven los demás es sólo esa capa de barro que simplemente nos protege de la envidia y los celos de nuestros “ladrones”. Dentro de nosotros está el valor innato, piedras preciosas que vinieron a este mundo a brillar y alcanzar las metas y sueños que nos proponemos. Solo necesitamos reconocer en nosotros esa grandeza interna, ese oro sólido que se guarda dentro de nosotros. Cuando la reconozcamos, todo lo demás, llegará a su momento!
Vivan en grandeza,
HEJ