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jueves, 10 de noviembre de 2011

La perfección es una actitud!


“Detrás de cada dolor hay un propósito mayor” Immaculee

Todos y cada uno de los caminos de Dios tienen un propósito y una razón que encaja perfectamente en nuestra vida. Que nos hará llegar un poco más lejos, que se convertirá en un escalón que nos llevará más cerca de lo que es nuestro propósito de la vida.

Claro, cuando estamos llenos de sentimientos negativos, o inmersos en estrés, es difícil ver el porqué de las situaciones por las que pasamos. Incluso, se hace hasta difícil saber qué hacer para sacar el mejor provecho de todo lo que podemos aprender en esa situación. Me gusta pensar que es importante dejar que el polvo se asiente antes de querer retratar el paisaje.

A través de Wayne Dyer he aprendido que la perfección que Dios busca recae en nuestra reacción hacia lo que él nos pone en la vida. Y explica esto con una conmovedora historia que ahora quiero compartir con ustedes.

“Shaya era un chico que estudiaba en una escuela para niños ‘especiales’. Todos y cada uno de los niños de su escuela había nacido con alguna condición que les impedía aprender igual que otros niños, alguna condición mental, neuronal, física e incluso a veces, todas ellas juntas.

Un día, como cualquier otro, su padre fue a buscar a Shaya al colegio y se fueron caminando como siempre a casa. Pero ese día, la ruta fue otra, un camino que los llevaba a pasar por el frente de un viejo campo de beisbol donde los niños del barrio jugaban. Un campo polvoriento, con un cúmulo de tierra sucia como montículo para el lanzador, con cualquier tipo de basura que sirviera para marcar donde estaban las bases y con laminas de zinc viejo y oxidado que demarcaban el fin del campo.

Ese día había un grupo de niños jugando y Shaya miró a su padre y dijo con ojos llenos de emoción y expectativa “papi papi, ¿puedo jugar?” El padre de Shaya sabía que su respuesta podría marcar la vida de su hijo, sabía que era importante que su hijo se sintiera normal y parte de un grupo, pero, “¿qué chance hay de que lo dejen jugar?” Que dura decisión, pero su padre sin más ni menos se acercó a uno de los niños que jugaban y le preguntó si Shaya podía jugar. El niño, inocente y sin saber qué hacer ante la solicitud volteó y miró al resto del equipo buscando algún apoyo. Pero el resto de los chicos estaban igualmente intrigados y sin idea de que hacer, así que el niño dijo “bueno, es el octavo inning, perdemos por seis carreras, pues sí, no perdemos nada, que entre”

Shaya con una sonrisa única de esa felicidad que expresan los bebes cuando ven a su madre; entró al campo y, ahora con un nuevo jugador, el juego continuó.

El noveno inning llegó y el equipo de Shaya había anotado ya tres carreras, tenían dos outs pero estaban las bases llenas. Era ahora, por regla, el turno de Shaya pero ¿lo dejarían batear? Shaya con sus limitaciones físicas a penas y podía levantar el bate. Nunca antes había tenido una oportunidad tener un bate en su mano, y mucho menos de batear. Pero aun así, los chicos de su equipo lo dejaron batear.

El lanzador se acercó un poco a Shaya para poder lanzarle suavemente la pelota y que así tuviera chance de batear. Pero Shaya estaba muy ocupado tratando de levantar el bate como para concentrarse en la pelota. Entonces uno de sus compañeros de equipo, se levantó y junto con él agarro el bate y lo ayudó a batear.

Puff, un pequeño y suave rolling directo a donde estaba el pitcher. Todo pudo haber terminado con un simple lanzamiento a primera. Pero mientras la pelota rodaba, los niños de el equipo de Shaya gritaban “Corre a PRIMERA, corre a PRIMERA Shaya” con su paso lento pero constante se dirigió a primera. Antes de que llegara a primera, el lanzador tomo la pelota y la lanzó… lejos y por encima de primera base. Todos seguían gritando “corre shaya, corre

Para cuando el jardinero derecho tomó la pelota ahora Shaya corría hacia segunda. Pero entendiendo las intenciones del lanzador, lanzó la pelota tan duro como pudo por encima de la tercera base, lejos, lejos, más allá que cualquier jugador.

Shaya ahora pasando segunda tenía a todo el equipo corriendo detrás de él gritando “corre a tercera Shaya, corre a tercera”

Y así lo hizo, corrió con toda su alegría y emoción hasta que llegó a tercera. Donde un jugador lo esperaba con la pelota. Pero este chico, simplemente dejó caer la pelota y lleno de euforia le gritaba a Shaya ‘corre a home Shaya, corre a home’

Con todo su esfuerzo, exhausto pero con determinación Shaya corrió y llegó a home anotando la carrera de la victoria. Y mientras pisaba home todos los niños en el campo, de ambos equipos, lo levantaron en sus hombros mientras lo veneraban como el héroe del partido.”

En este momento, todos estos niños, alcanzaron la perfección que Dios siempre busca en nuestras actitudes. Una perfección divina con la que todos nacemos y que es sólo el día a día, con sus diferentes actividades, que nos hace olvidarla y hasta desconocerla.

Todos somos perfectos, como estos niños, en nosotros esta ese potencial de tener una actitud perfecta, la cual Dios siempre ha querido para nosotros. Y a través de esa perfección es como encontramos y cumplimos con nuestro verdadero propósito.

¿Y tú? ¿Estás listo para gritar a tu propio Shaya?

Si les gustó esta historia, en este video podrán escucharla directamente de el Dr Wayne Dyer. Es toda una conferencia con un mensaje bien lindo, así como la historia de Shaya. Vale la pena esucharla


Vivan en Grandeza
HEJ

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